Durante el período colonial, un constructor indígena que se llamaba Cantuña tenía un contrato en el cual acordó de terminar la construcción del atrio de San Francisco hasta una cierta fecha. Estaba a punto de irse a la cárcel por no terminar el trabajo al tiempo. Rezó y rezó, pidiendo la tarea imposible de terminar a tiempo. Cuando llegó a la plaza, un hombre, vestido de rojo, apareció desde adentro de un montón de piedras. Estaba alto, tenía una barbilla puntiaguda y una nariz larga y ganchuda.
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Iglesia San Francisco - Quito Ecuador |
- “Soy Luzbel,” dijo. “No te preocupes, buen hombre. Yo puedo ayudarte a terminar el trabajo hasta el plazo límite. Te ofrezco terminar el trabajo entero hasta el alba. Todo lo que pido por pagamiento es tu alma. ¿Aceptas mi oferta?”
- “Acepto,” respondió un Cantuña desesperado. “Pero no debe faltar ni una piedra hasta el alba. Si falta alguna, el pacto es inválido.”
- “Acepto,” respondió Satán.
Una vez que el pacto estaba firmado, miles de diablos pequeños empezaron a trabajar sin descanso. A las 4 de la mañana, el atrio estaba casi listo. Pronto llegara el alba y el alma de Cantuña fuera llevada por el Satán. Sin embargo, cuando Cantuña quería recibir el trabajo terminado, se asombró de que los diablos, en su prisa de terminar el trabajo, olvidaron una sola piedra. El alma de Cantuña se salvó y fue capaz de terminar su trabajo a tiempo.
En la parte derecha de la plaza se puede verificar la piedra desaparecida de esta leyenda.
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